Disfruta de las playas de Granada

almuñécar

El litoral granadino abarca dos comarcas, la franja alpujarreña de un lado y las hoyas o vegas de Motril y Almuñécar. La vecindad de la montaña hace siempre esta orilla estrecha y sinuosa, pero al mismo tiempo protegida de fríos, intensamente soleada. La Costa Tropical, alrededor de 100 kilómetros de playas y acantilados, ofrece lugares de gran belleza.

 

Almuñécar, en el valle del río Verde, donde los cultivos tropicales -chirimoyo, aguacate, papaya— dan color al paisaje, tiene un barrio antiguo de singular encanto en torno a la parroquia y el castillo, miradores como el Peñón del Santo, Jardín Botánico, Parque Ornitológico y un Museo Arqueológico de creciente importancia… Cerca, La Herradura, una abrigada bahía de dulce atractivo.

 

En total, el término ofrece veintiseis playas, de muy distintas características y dimensiones. Salobreña la blanca, de acabada arquitectura popular, cubre toda una montaña al borde del mar en cuya cima se alza la vieja fortaleza, que permite contemplar deliciosos panoramas con el mar a un lado y la fértil hoya al otro.

 

Almuñecar

Esta hoya, donde se mantiene el cultivo de la caña de azúcar y se elabora el ron, ofrece junto a la cabecera comarcal, Motril, un rosario de encantadores pueblos pequeños, como Molvízar o Itrabo. Más adentro, los Güajares representa una de las subcomarcas andaluzas de más difícil acceso con paisajes bravíos de singular encanto.

 

Motril es una ciudad ancha y cómoda, que domina el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza. La Iglesia Mayor, la Encarnación, tiene la doble función de iglesia y fortaleza, imprescindible en tierras que históricamente siempre estuvieron expuestas a los saqueos de piratas berberiscos. Las tres ciudades ofrecen puertos y lugares especialmente indicados para la práctica de los deportes náuticos, como Marina del Este, en Almuñécar, o la motrileña playa de poniente, con puerto, club náutico y cercano campo de golf.

 

El litoral alpujarreño, accidentado y auténtico, ofrece calas solitarias impresionantes acantilados, tierra y aguas especialmente propicias para practicar el submarinismo, la vela o el windsurf, pero también el ala delta o el parapente. Pequeños pueblos –Castell de Ferro, La Rábica– donde las instalaciones turísticas no restan sabor marinero ni ocultan la presencia en las laderas vecinas de los cultivos intensos en invernaderos.

 

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