Arranca la temporada de cruceros en la Antártida

Viajar a la Antártida es una aventura inolvidable. Inmersos en un sueño, a bordo del MN Nordnorge, es hoy posible atravesar los mares indómitos del sur y llegar hasta el continente blanco. Construido en 1997 y diseñado especialmente para navegar en estos rumbos, el buque nos lleva en una travesía de 19 días hacia la Antártica, con mágicas aproximaciones a las islas Malvinas, las Georgias del Sur.

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El viaje, sereno, nos transporta a un mundo distinto, en el que las sensaciones se hacen presentes a cada momento. Tras partir del puerto de Buenos Aires, navegamos cuatro días hasta llegar a las Malvinas. Hay campos vastos, vientos, un ecosistema que alberga a una asombrosa variedad de especies subantárticas, entre ellas albatros, petreles, pingüinos, elefantes marinos, lobos marinos y leones marinos.

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En el sexto día del viaje llegamos a la isla Sounders, que alberga a miles de colonias de albatros de ceja negra y los llamados pingüinos rock hopper. Luego, en los días siguientes, es nuevamente el turno del mar gélido, de las olas golpeando las paredes del buque y de las leyendas del mar que se amontonan en las horas que pasan oníricas sobre el barco. A ritmo firme, el MN Nodnorge sigue su ruta hacia la Antártica, el barco se zarandea al compás de las olas cortas y golpea el casco haciéndote tomar conciencia de dónde se está, de hacia dónde se va. En el noveno día el viaje llega hasta Grytviken, una estación ballenera abandonada que es capital de las Georgias del Sur. El nombre del lugar significa puerto de ollas en noruego, y ello tiene que ver con las ollas de hierro fundido abandonadas allí. El pueblo es una antigua villa que puede conocerse con un corto paseo. Tras dejar atrás las Georgias, el barco enfila hacia el sur, sorteando el estrecho pasaje entre la isla Booth y la península Antártica, conocido popularmente como el Canal Lemaire, que fuera así bautizado insólitamente en recuerdo de un explorador belga del Congo.

Son cuatro días inolvidables, recorriendo también las estaciones inglesas con su museo (Lockroy Island), las bases argentinas, las polacas. Rodeados de icebergs gigantes o de raras formaciones, nos movemos a la par de los pingüinos y los lobos marinos. Y en el mar, de tanto en tanto, se divisan ballenas francas en grupos nunca menores a tres o seis, junto a petreles, albatros y gaviotas que acompañan la navegación. El barco cruje contra los hielos y debe cambiar su rumbo más de una vez.

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